sábado, 27 de junio de 2020

MIENTRAS ME CORTABAN EL PELO


Apreciado lector:

Mientras Antonio, el barbero al que acudo de manera habitual, se empleaba en rasurarme el cabello, al tiempo que los que esperaban su turno se entretenían hablando de aspectos cotidianos, entró en el establecimiento un vecino de la localidad no muy apreciado, pues arrastraba con él fama de pendenciero, bebedor y rápido de manos al tiempo de alcanzar los bienes ajenos. A ninguno de los que estábamos allí, nos agradaba su presencia, mas bien nos provocaba tal malestar que el silencio se adueñó de la barbería durante unos tensos instantes, que concluyeron cuando Antonio dijo: “¿Conocéis la historia de Lorena?;¿no?, pues os la voy a contar”. Y prosiguió diciendo: “Esta chica, con dieciocho años, mirada color esmeralda y pelo lacio negro, vivía, no hace mucho, en el pueblo de Miñán, al noreste del país, y tenía revolucionados a sus conciudadanos, pues venía usando unos pantalones ajustados que no le alcanzaban los tobillos, los cuales llevaba sin protección alguna de las miradas ajenas, cubriendo los pies sólo con unas sandalias rojas y desgastadas.

Todos los días, tras acabar la jornada del trabajo que la tenía ocupada limpiando pescado en una conservera del lugar, Lorena retornaba caminando a su domicilio, situado en la tercera planta de un viejo y destartalado edificio en las afueras de la pequeña localidad, en donde convivía con una madre pegada a una botella de vino, la cual no paraba de maldecir al hombre que la abandonó, y con una hermana de edad aún más joven, que la aguardaba enfundada en un pijama raído y sin color, a quien, tras desprenderse de los vaqueros, se los entregaba diciéndole:

-Te los devuelvo, Rebeca, sal a dar una vuelta con tus amigas”.

Transcurridos unos breves momentos, después de que Antonio concluyese su narración, el ambiente se relajo y la amena conversación entre los que allí estábamos retornó, participando de ella, incluso, el recién llegado.

Hasta la próxima.


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