sábado, 18 de julio de 2020

LA LITRONA

  

     Estimado lector:
    En el atardecer de un Jueves veraniego, de hace ya cinco años, decidí telefonear a mi amigo Matías, pues hacía tiempo que no sabía de él, habiéndose ya cumplido un año desde que se traslado a vivir al lado opuesto del país en donde residía hasta aquel entonces, y que coincidía con el lugar en el que yo habitaba, y en donde aún lo sigo haciendo.
   Estuvimos bastante tiempo hablando de manera animada y, cuando consideraba que ya había llegado el momento de poner fin a la conversación, mi amigo logró alargarla aún más, ya que, con voz que había comenzado a sonar apesadumbrada, me reconoció que estaba pensando muy en serio en retornar, pues, según él, todos las ilusiones con las que se había trasladado hasta allí, se habían desvanecido.
   "¿Sabes? -me preguntó-, creo que soy como las litronas que suelo comprar en el supermercado para beber durante las comidas." Al decirle que no entendía lo que me quería decir con esa comparación, Matías continuó diciendo: "al principio está sabrosa y refrescante, pero, pasado apenas un día, la fuerza y el sabor van desapareciendo, dejando de cumplir la función para la que fue hecha: agradar el paladar del que la consume. Pues así soy yo, que más pronto que tarde, pierdo mi empuje inicial, ese con el que creo que voy a poder salvar cualquier obstáculo que aparezca al tiempo de hacer realidad el proyecto, idea o sueño que primero hubiese aparecido en mi cabeza." 


   Habiendo entendido lo que quería decir, y conociendo como era y había sido siempre mi amigo, y con ánimo de ayudar a quien tenía y tengo en buena estima, le dije: "Escucha, Matías, a todos nos sucede que, cuando comenzamos a perseguir aquello que anhelamos, el impulso con que nos mueve las ganas por conseguirlo y la dicha que imaginamos sentir cuando lo alcancemos, parece nos va acompañar siempre y, además, nos creemos que con él seremos capaces de vencer cualquier dificultad, que siempre las habrá y de diferente clase; pero, en el esfuerzo por obtener el objeto de nuestro deseo, el desaliento hará acto de presencia, pues, en realidad, siempre está al acecho, intentando hacer de nuestra alma presa del pesimismo y, con éste, hacernos caer en la tibieza al tiempo de perseverar en nuestra lucha, ésa que da sentido profundo a nuestra vida. ¡No te rindas! Sigue adelante, pero no te apoyes en las emociones del momento, pues como vienen se van, y, el seguir sus dictados, no hace de nosotros más que veletas; apóyate en tu voluntad, en ese querer hacer lo correcto en cada momento, en la firme decisión que, en su día, tomaste y por la cual tu corazón se vio henchido de alegría y esperanza, a pesar de las dificultades por las que estabas atravesando, pues, por fin, tenías una misión, un qué hacer en y con tu vida. Y eso, querido amigo, es mucho tener, que nada ni nadie te lo quite: ¡aférrate a tu voluntad!"
   Como no podía ser menos, nos despedimos con cordialidad y, aún hoy, Matías no ha regresado.
    Hasta la próxima.


1 comentario:

  1. Patricia Inés Fernández Salas18 de julio de 2020, 13:32

    Muy bonito, me ha gustado mucho.

    ResponderEliminar

¡Gracias por tu comentario! Nos ayuda a que este espacio de dialogo crezca y en él quepan mas personas.