domingo, 14 de junio de 2020

DE MI REGRESO AL BAR

   Querido lector:
   En el mediodía del Viernes, convocado por mi amigo Ernesto, acudí por primera vez en este tiempo, al bar que solemos frecuentar para disfrutar de la cerveza y los suculentos aperitivos que en este establecimiento la acompañan. A pesar del tiempo transcurrido sin vernos, obviamos no sólo darnos un abrazo, sino incluso darnos la mano, sin que esto restara un ápice a la alegría que sentíamos.
   Acomodados de la manera preceptuada en una de las mesas de la terraza, comenzamos una amena conversación durante el transcurso de la cual, mi amigo me reveló que, días atrás y aprovechando que vivimos en una de las comunidades autónomas en la que primero fue posible viajar entre sus provincias, había aprovechado para visitar a sus padres. Conocedor de la relación que mantenía con su padre, a causa del cual, a los diecisiete años abandonó el domicilio de sus progenitores, harto de los insultos y golpes a los que le sometía, todos ellos empapados en el alcohol que ingería, y cuya adquisición provocaba que la mayor parte del dinero que estaba destinado a entrar por la puerta del domicilio familiar, no llegase a cruzar el umbral, no pude evitar, sorprendido y curioso, el preguntarle por su padre.
   Me sorprendió su respuesta, pues, sonrisa en boca y alegría en la mirada, me respondió con un contundente :"¡Mejor que nunca!"; y continuó explicándome que su padre había dejado la bebida hacía ya tiempo, y que, lo primero que hizo nada más que llegó, fue postrarse ante Ernesto, implorándole perdón por todo el mal que le había causado. En principio, mi amigo no le hizo caso y le negó cualquier palabra y gesto ni tan siquiera de consideración ante la figura de su padre ante él humillado.
   Alojado en una pensión, se acercaba a visitar más que nada a su madre, que también había sufrido los desmanes de su esposo. En todas y cada uno de estos encuentros, no paraba de repetirle que le perdonara, que había cambiado,que era otro...y él, reticente al principio, comenzó a acercarse a su padre, pasando cada día un poco más de tiempo con él, hasta que, en una mañana en la que paseaban juntos por el pueblo en el que viven, de los labios de Ernesto brotó un "te perdono" que dejó paralizado, como estatua en medio de la calle, a su padre, pudiendo acertar a responder, tras unos instantes, un sentido gracias, seguido de un comentario que mi amigo confiesa no haber entendido en un principio:"¡Ahora soy libre! y te lo debo a tí".
   Conmovido, mi amigo remato su relato diciéndome:" ¿Sabes? El caso es que, desde aquél día, yo soy libre también".
Hasta la próxima





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